Sobre la Imaginación y la Palabra
SELECCIÓN DE TEXTOS ESCRITOS POR GIANNI RODARI ACERCA DE LA IMAGINACION Y LA PALABRA :
I) En el libro “Gramática de la fantasia”
“¿Por qué a los niños les gustan tanto las adivinanzas? A primer golpe de vista, diría, que es porque representan de forma concentrada, casi emblemática, su experiencia de conquista de la realidad. Para un niño el mundo está lleno de objetos misteriosos, de acontecimientos incomprensibles, de figuras indescifrables. Su misma presencia en el mundo es un misterio que resolver, una adivinanza que descifrar, dándole vueltas, con preguntas directas o indirectas. El conocimiento llega, con frecuencia, en forma de sorpresa.
De aquí el placer de probar de forma desinteresada, por juego, o casi por entrenamiento, la emoción de la búsqueda y de la sorpresa.”
“La mente es una. Su creatividad se ha de cultivar en todas las direcciones. Las fábulas (escuchadas o inventadas) no son “todo” lo que sirve al niño. El uso libre de todas las posibilidades de la lengua no representa más que una de las direcciones en que puede expandirse. Pero tout se tient. La imaginación del niño estimulada para inventar palabras aplicará sus instrumentos sobre todos los aspectos de su experiencia que desafíen su creatividad. Las fábulas sirven a las matemáticas como las matemáticas sirven a las fábulas.
Se puede contemplar el mundo a la altura del hombre, pero también desde lo alto de una nube (con los aviones es fácil). Se puede entrar en la realidad por la puerta principal o escurrirse en ella —es más divertido— por una ventanita.”
“Por medio de las historias y de los procedimientos fantásticos que las producen, nosotros ayudamos a los niños a entrar en la realidad por la ventana, en vez de hacerlo por la puerta. Es más divertido y por lo tanto más útil.”
“Estoy convencido de que el niño empieza bastante pronto a intuir esta relación entre el ser y el no ser. Alguna vez lo podrán sorprender mientras baja los párpados para hacer desaparecer las cosas, los reabre para verlas reaparecer, y repite pacientemente el ejercicio. El filósofo que se pregunta sobre el Ser y la Nada, con mayúsculas, como corresponde a estos respetables y profundos conceptos, en sustancia no hace sino retomar, a alto nivel, aquel juego infantil.”
“La mesa y la silla, que para nosotros son objetos gastados y casi invisibles, de los que nos servimos automáticamente, para el niño son materiales de exploración ambigua y pluridimensional, en la que se dan la mano conocimiento y fabulación, experiencia y simbolización. Mientras aprende a conocer su superficie, el niño no cesa de jugar con ellos, de formular hipótesis respecto a ellos. Hace un continuo uso fantástico de los datos positivos que almacena. Así incorpora a su saber la noción de que abriendo la canilla corre el agua: pero esto no le impide creer, por ejemplo, que por otra parte hay un “señor” que echa el agua en la cañería para que pueda salir por la canilla.
El “principio de contradicción” le es desconocido. Es científico, pero también “animista” (“¡la mesa mala!”) y “artificialista” (“hay un señor que echa agua en la cañería”). Estas características conviven en él durante un buen número de años, en proporciones distintas en cada niño.
De la constatación nace la pregunta: ¿hacemos bien contándole historias en las que los protagonistas son los objetos de la casa, o arriesgamos a excitar aún más su animismo y artificialismo, en perjuicio de su espíritu científico?
Refiero la pregunta más por escrúpulo que por preocupación. Jugar con las cosas sirve para conocerlas mejor. Y no veo la utilidad de poner límites a la libertad del juego, que sería como negarle la función formativa y cognoscitiva. La fantasía no es un “lobo malo” del que haya que tener miedo, o un delito a perseguir permanentemente con puntilloso patrullamiento. Me tocará a mí, cada vez, comprender si el niño en un determinado momento de su interés por las cosas desea “informaciones sobre la canilla” o quiere “jugar con la canilla” para extraer a su modo de todo ello las noticias que le sirven.”
“Inventar historias con los juguetes es casi natural, es algo que se produce por sí solo cuando se juega con los niños: la historia no es otra cosa que una prolongación, un desarrollo, una explosión festiva del juguete. Lo saben todos los padres que encuentran tiempo para jugar con sus hijos a las muñecas, a las construcciones, a los autitos: una actividad que de algún modo debería ser declarada obligatoria (y posible, naturalmente).
(…) No se trata ya de jugar “en lugar del niño”, relegándolo al humillante papel de espectador. Se trata de ponerse a su servicio. Es él quien manda. Se juega “con él”, “para él”, para estimular su capacidad inventiva, para proporcionarle nuevos instrumentos que pueda usar cuando juegue solo, para enseñarle a jugar. Y mientras se juega, se habla. Se aprende a hablarle a las piezas del juego, a darles nombres y papeles, a transformar un error en una invención, un gesto en una historia (…); pero también —como hace el niño— se trata de confiar a las piezas mensajes secretos, para que sean éstas las que digan al niño que se le quiere, que puede contar con nosotros, que nuestra fuerza es suya.”
El Error Creativo
De un lapsus puede nacer una historia, esto no es ninguna novedad. Si al pasar a máquina un artículo resulta que escribo “Lamonio” en lugar de “Laponia”, habré descubierto un país nuevo, perfumado y boscoso: sería una pena expulsarlo del mapa de lo posible con la goma de borrar; es mejor explorarlo, como turistas de la fantasía.
Si el niño escribe “L’ago di Garda”, puedo escoger entre corregir el error con un trazo rojo o azul, o seguir la atrevida sugerencia y escribir la historia de esta “aguja” importantísima, señalada incluso en el mapa de Italia. ¿Se reflejará la luna en la punta o en el ojo de la aguja? ¿Se pinchará la nariz?…
Un magnífico ejemplo de error creativo es el que se encuentra, según Thompson (Los cuentos en las tradiciones populares, il Saggiatore, Milano 1967 p. 186) en la Cenicienta de Charles Perrault: su zapatito, en un primer momento, debía ser de “vaire” (un tipo de piel de animal); y sólo debido a una desgracia afortunada, se convirtió en “yerre”, es decir en cristal. Seguramente, un zapatito de cristal es más fantástico que cualquier zapatilla de piel, y más rico en sugerencias, aunque haya nacido de un equívoco o de un error de transcripción.
El error ortográfico, si se considera de modo adecuado, puede dar lugar a todo tipo de historias cómicas e instructivas, no exentas de cierto trasfondo ideológico, como yo mismo he intentado demostrar en mi Libro degli errori: “Itallia”, con una horrible l de más, no es sólo un error que se pueda encontrar en los colegios. Hay gente que realmente grita, es más. Separa en sílabas: “I-ta-llia”, con una l de más, es decir, con un exceso nacionalista y un toque fascista. Italia no necesita ninguna l de más, sino gente honesta y limpia. Y, si acaso, de inteligentes revolucionarios.
Si de todas las palabras del diccionario italiano desapareciese la hache, que los niños olvidan tan a menudo cuando escriben, pueden resultar situaciones surrealistas interesantes: los “cherubines”, degrada¬dos a simples “cerubines”, caen deli cielo; el jefe de estación de “Chiusi-Chianciano” degradado a autoridad de “Ciusi-Cianciano”, se siente ofendido y presenta la renuncia. O recurre a los sindicatos.
Muchos de los llamados “errores” de los niños después resultan ser algo muy diferente: son creaciones autónomas de las que se sirven para asimilar una realidad desconocida. “Pastilla”, “pastillita”, pueden sonar a un oído infantil como palabras sin sentido. No se fía de ellas y, asimilando el objeto a la acción que comporta, usa la palabra “mastiquita”. Todos los niños inventan palabras de este estilo.
Al volver del jardín de infantes, una niña le preguntaba a su madre:
“No lo entiendo, la monja dice que San José es muy bueno y, en cambio, esta mañana ha dicho que es el padre piú cattivo de Jesucristo”. Evidentemente, la palabra “putativo”, no le había dicho nada: su mente interpretaba el sonido reduciéndolo a formas conocidas. Todas las madres tienen un buen repertorio de anécdotas de este tipo.
En cada error se halla la posibilidad de una historia.
Una vez sugerí a un niño que había escrito —error insólito— “caja” por “casa” que inventara la historia de un hombre que vivía en una caja. Otros niños se lanzaron sobre el tema. Salieron muchas historias: había una vez un hombre que vivía en una caja de muertos, otro era tan pequeño que para dormir le bastaba un cajón de verduras, terminaba en el mercado entre coles y zanahorias, y alguien pretendía comprarlo a tanto el kilo.
¿Un “libbro” con dos bes será solamente un libro que pesa más que los otros, un libro equivocado, o un libro muy especial?
¿Una “pitola” sin s, dispara balas, plumas o violetas?
Entre otras cosas, reír de los errores es ya una manera de desprender¬se de ellos. La palabra justa existe sólo en oposición a la palabra equivocada. Y con esta oposición volveremos al “binomio fantástico” cuyo aprovechamiento del error, voluntario o involuntario, es un caso interesante y sutil. El primer término del ‘‘binomio” da en sí mismo vida al segundo, casi por partenogénesis. La “serpiente bidón” nace de la “serpiente pitón”, de manera evidentemente muy distinta a la de “contrabajo” que puede nacer de “tajo”. Y dos cosas —como por ejemplo “agua” y “aga” (sin la u)—. siguen siendo parientes muy próximos: el significado del segundo sólo se puede deducir del signifi¬cado del primero. Es una “enfermedad” del primer significado. Resulta claro en el ejemplo “corazón” y “korazón”: el “korazón” es sin duda alguna un “corazón” enfermo. Necesita vitamina C.
El error puede revelar verdades ocultas: corno el caso ya indicado de “Itallia” con una l de más.
De una palabra sola pueden derivarse muchos errores, es decir, muchas historias. Por ejemplo de “automóvil”: “octomóvil” (un coche con ocho ruedas, imagino), “altomóvil”, “hectomóvil”, “autonoble” (este será, por lo menos, un duque y no querrá estar en un garage plebeyo cualquiera).
Con los errores se aprende, dice un viejo proverbio. El nuevo proverbio podría decir que con los errores se inventa.
II) En el libro “Ejercicios de fantasía”
“Estoy de acuerdo en cambio con quien considera la magia y el conocimiento como dos componentes en interacción; por ejemplo, el niño que aprende a hablar acude también a usos mágicos del lenguaje. Usa el lenguaje en una forma que el adulto ya no cree poder utilizar. Lo usa para dar órdenes a la mesa o para reñirla si se ha golpeado la cabeza contra ella; usa el lenguaje también en este plano mágico, pero no inventa en absoluto una lengua mágica o imaginaria para cumplir estas operaciones. Mientras las cumple, se construye su sistema lingüístico según la gramática y la sintaxis de la lengua materna en la que crece”
III) En el artículo “La imaginación en la literatura infantil” (fragmento)
Hay dos clases de niños que leen: los que lo hacen para la escuela, porque leer es su ejercicio, su deber, su trabajo (agradable o no, eso es igual); y los que leen para ellos mismos, por gusto, para satisfacer una necesidad personal de información (qué son las estrellas, cómo funcionan los grifos) o para poner en acción su imaginación. Para “jugar a”: sentirse un huérfano perdido en el bosque, pirata y aventurero, indio o cowboy, explorador o jefe de una banda. Para jugar con las palabras. Para nadar en el mar de las palabras según su capricho.
El libro para el niño-que-juega
Justamente él, ese “niño-que-juega” es finalmente el verdadero vencedor, porque los libros nacidos para el “niño-alumno” no permanecen, no resisten el paso del tiempo, las transformaciones sociales, las modificaciones de la moral ni tan siquiera a las conquistas sucesivas de la pedagogía y de la psicología infantil. Los libros nacidos de la imaginación y para la imaginación, sin embargo, permanecen, y, a veces, hasta incluso se hacen más grandes con el tiempo. Se tornan en “clásicos”.
El niño, durante su crecimiento, atraviesa una fase en la que los objetos le sirven sobre todo como símbolos. Es la fase en la que se instituyen las funciones simbólicas del lenguaje y del juego para convertirse en componentes de la personalidad. A esta fase, a tales funciones, es a lo que se liga el trabajo del escritor para niños. Sustancialmente construye objetos para el juego; es decir, juguetes; hechos de palabras, de imágenes, también de madera y plástico, pero son juguetes. Tienen la eternidad de la pelota y de la muñeca. He citado esos dos juguetes, tan antiguos y aún hoy tan extendidos, aunque sé muy bien que se han prestado y se prestan a manipulaciones que van más allá del juego. La pelota se ha convertido en pelota “de fútbol” y a su alrededor ha nacido un mundo de pasiones, de intereses (incluso sucios), de corrupción y de masificación. Pero no es culpa de la pelota, como tampoco es culpa del uranio si con él se construyen bombas atómicas. La muñeca ha servido y sirve aún para la preparación de las niñas, es decir, de las mujeres, para los roles subalternos: madres, esposa, criatura inferior. Pero no es culpa de la muñeca en sí misma, que tiene, por el contrario, sus parientes más próximos en el mundo de los títeres, de los polichinelas, de los muñecos, objetos que sirven a los niños para representar y conocerse a sí mismos, sus conflictos, sus relaciones en el mundo.
Definir el libro como “un juguete” no significa en absoluto faltarle el respeto, sino sacarlo de la biblioteca para lanzarlo en medio de la vida, para que sea un objeto de vida, un instrumento de vida. Ni tan sólo significa fijarle unos límites. El mundo de los juguetes no tiene límites, en él se refleja y se interfiere el mundo entero de los adultos, con su realidad cambiante. Hasta figuran los tanques, por desgracia…
Mucho se ha escrito sobre la importancia del juego en la formación humana. Pero quizás no creemos en aquello que escribimos y decimos, porque en la realidad cotidiana el juego y los juguetes aún son considerados como parte de lo que es superfluo y no como elementos de lo que es necesario: así se comportan, en la práctica, arquitectos y urbanistas, pero también la escuela, en la que para el juego existe la “hora de recreo”, bien diferente de la hora de “clase”, es decir de las “cosas serias”. Es una equivocación. En la escuela tendría que haber una “ludoteca”, como existe una biblioteca. El juego es tan importante como la historia o la matemática (las matemáticas juegan con los números; basta dar una ojeada a las revistas de matemáticas para descubrir los juegos que se inventan para la calculadora electrónica…).
El papel de la imaginación
Para ello es indispensable una valoración distinta de la imaginación. Es imprescindible, en primer lugar, rechazar esa tradicional oposición entre fantasía y realidad, en la que realidad significa lo que existe y fantasía aquello que no existe. Esa oposición no tiene sentido. ¿No existen acaso los sueños? ¿No existen los sentimientos por el hecho de no tener cuerpo? ¿De dónde sacaría la fantasía los materiales para sus construcciones si no los tomara, como de hecho hace, de los datos de la experiencia, ya que no entran en la mente más datos que los de la experiencia?
La fantasía es un instrumento para conocer la realidad (Hago servir indistintamente como sinónimos las palabras “fantasía” e “imaginación”, porque ya están lejos aquellos tiempos en que los filósofos, teorizando a posteriori sobre la división del trabajo, los distinguían, para luego adjudicar la “fantasía” creadora a los artistas y la “imaginación” práctica a los trabajadores manuales). Otros instrumentos son los sentidos. Otros, el pensamiento crítico, la ciencia, etc. La mano tiene cinco dedos: ¿por qué la mente sólo ha de tener uno? Por el contrario, tiene muchísimos.
Nadie puede prescindir de la fantasía, ni el científico ni el historiador. Recientes investigaciones han puesto en evidencia importantes homologías entre los procesos de creación artística y los de la creación científica.
Apoderarse de las palabras
Jugar con las palabras y las imágenes no es la única manera que los niños tienen para aproximarse a la realidad, pero ésta no significa ninguna pérdida de tiempo. Significa apoderarse de las palabras y de las cosas. Por eso sostengo que el libro-juguete (las fábulas, las aventuras, la poesía en la que la lengua juega consigo misma) ha de tener un lugar duradero en la literatura infantil, junto a otros libros que actúan sobre otros componentes de la personalidad infantil, abriendo otros caminos en el itinerario que tiene un extremo en el niño y otro en la realidad. Hasta esos otros libros, para dirigirse a los niños, no podrán olvidar el lenguaje de la imaginación: su autor deberá sentir sus vivencias en la imaginación si quiere que el mensaje llegue a su destinatario.
A veces discuto con amigos míos que defienden que una literatura para niños, moderna y progresista, debería estar basada exclusivamente en el conocimiento racional del mundo, en su representación racional, en la representación de todas las realidades, incluso de aquellas que nunca han sido presentadas o reveladas a los niños, y también las que han sido escondidas tras o bajo realidades aparentes o falsificadas. En esta tesis creo ver una exigencia justa defendida equivocadamente. En primer lugar, porque incluso para mostrar la realidad escondida por las apariencias, es indispensable el recurso a la imaginación. Ejemplo simple, banal, casi brutal: hasta para comprender por qué sale agua al abrir el grifo, hace falta imaginación. En segundo lugar, porque una educación puramente racional nos volvería a producir un hombre amputado de algo esencial, aunque lo fuera de una manera diferente que antes. Para la formación de un hombre completo, de una mente abierta a todas las direcciones, incluida la del futuro, es indispensable una imaginación robusta.
Transformar la imaginación que consume en imaginación que crea.
No se puede concebir una escuela basada en la actividad del niño, en su espíritu e investigación, en su creatividad, si no se coloca a la imaginación en el lugar que merece en la educación. Lo que implica que el educador animador cuenta entre sus tareas con la de estimular la imaginación de los niños, de liberarle de las cadenas que precozmente le crean los condicionamientos familiares y sociales, la de animarle a competir con ella misma, transformándose de imaginación que consume en imaginación que crea. Para esto también le serán útiles los libros. Claro está, para ir más allá. Y también para descubrir que más allá, hay otros libros en los que se conserva la memoria colectiva de la humanidad, el espesor de la historia humana, las reflexiones, los sufrimientos, las esperanzas de generaciones, los conocimientos, las técnicas y los proyectos para mejorar la vida. Ningún libro puede sustituir la experiencia, pero ninguna experiencia se basta a sí misma.
La ecuación elegida antes entre imaginación, juego y libro me parece adecuada hasta un punto determinado del crecimiento; después, si no se transforma, deja de ser útil. Hasta cierta edad, los niños necesitan juguetes. Después no necesitan ya el objeto-símbolo, el objeto mediador, sino la confrontación directa con el mundo. Son muchachos, ya no niños. ¿Dónde situar el límite entre esas dos edades? Es difícil decirlo. Puede cambiar de niño a niño e incluso, de país a país o de una época a otra. Tengo la impresión, por ejemplo, de que se está rebajando, bajo nuestra mirada, el listón que separa al muchacho del adulto, incluso el que separa al niño del muchacho. Pero esta es una asignatura en la que no se pueden concebir exámenes o diplomas. Adulto es quien elige serlo. Por eso creo que es conveniente dejar muy pronto libres a los chicos para que puedan buscar el libro que les conviene, en ese momento, para sus proyectos (no para los nuestros), para sus necesidades intelectuales o morales (no para las que nosotros imaginamos); y que se lo busquen libremente sin interponer barreras entre ellos y los libros de todas las literaturas. Ayudémoslos a apropiarse del mundo, de la cultura, de la poesía, a hacer pasos bien largos cuando sientan que deben hacerlos.
Será importante que ante la estantería de los adultos, sepan buscar no sólo informaciones sino también espacios para su imaginación. Bien está que lean ensayos sobre la sociedad, la historia, la política o la sexualidad… Pero habrá sido insuficiente para su educación si no buscan también libros de poetas y de novelistas, de escritores que han indagado acerca de la más delicada de las materias: el hombre, sus sentimientos, su personal manera de reflejar, sufrir o combatir la realidad. Durante mucho tiempo Cervantes, Tolstoi, Kafka, continuarán diciéndonos sobre el hombre, cosas que la sociología y la psicología científica no nos pueden decir. Durante mucho tiempo los poetas nos dirán cosas sobre la lengua y sus posibilidades de expresión, de comunicación y de creación, cosas que no podemos pedir a los lingüistas.
Adulto es quien elige serlo
Es obvio que no basta con un solo tipo de “escritor para niños” deben darse tipos diferentes, capaces de ponerse en relación directa con la fantasía infantil en cualquiera de los senderos que ésta recorre para encontrarse con la realidad en uno u otro de los diversos planos de la mente. Mientras va creciendo, el niño conoce adultos diferentes y, cada uno de ellos, le puede interesar por un motivo particular y entrar en un sistema de relaciones que será más estimulante cuanto más rico sea. Un escritor le ayudará a descubrir la lengua, sus capacidades de sorpresa y de invención. Otro le ofrecerá instrumentos para descubrir las cosas y penetrar en su significado. Todos le son igualmente útiles, necesarios. De cualquiera de ellos tomará, de tanto en tanto, lo que precise en ese determinado momento. Y de eso sólo él es el árbitro y nadie más que él.
Para ser útil al niño lector, el adulto que escribe ha de seguir siendo él mismo. No se ha de fingir niño, pretender ver el mundo a través de ojos infantiles, hacer criaturadas o revivir su infancia. A los niños les gusta jugar con el adulto, que con su experiencia puede hacer más interesante el juego. En este sentido el adulto puede ser educador: nunca lo será por el programa o por estrategia pedagógica.
Claro es que el adulto, cuando acepta jugar con el niño ha de imponerse unos límites; si pelean, por ejemplo, no puede utilizar toda su fuerza, si construyen un castillo de arena en la playa no puede imponer su idea, sino que ha de ayudar al niño a concebir un proyecto más audaz o más grandioso. Igualmente, el que escribe para los niños acepta unos límites, escoge una clave y ha de utilizar esa clave; de su propia experiencia escogerá lo que no parezca a la experiencia infantil demasiado extraño o lejano. Si escribe sobre temas de ciencias, evitará el lenguaje familiar a los científicos, etc. Si escribe historias fantásticas deberá controlar su fantasía para que sus imágenes no resulten incomprensibles, como si fueran palabras desconocidas. Una vez encontrado el punto justo para el encuentro con el niño, seguirá siendo un adulto, se comprometerá completamente, dirá toda su verdad. Lo difícil es encontrar ese punto justo. Es el fruto del trabajo y de la experimentación más que de la intuición. Es necesario el contacto con niños, ellos que siempre son nuevos. Es precisa también una gran confianza en los niños, pues están siempre un paso más adelante del punto en el que creemos que han llegado.
Es éste un punto en el que querría insistir. Los niños no creen en un mundo separado del nuestro, en un ghetto o bajo una campana de cristal. Ven la televisión que nosotros vemos, están rodeados de una densa atmósfera de información que es la misma que los adultos respiramos. Los libros destinados a los niños deberían procurar no ser libros fuera del tiempo. No hay ni un solo problema del presente al que los niños no sean sensibles, aunque a veces parezcan distraídos. Los libros para los niños de nuestro siglo no pueden aparentar que el siglo no existe y que no transcurre, tumultuoso, a nuestro entorno. Un buen libro para los niños de hoy debe ser un libro que sintonice con el calendario y con sus problemas. Con los niños puede hablarse de todo, siempre que se les pida ayuda para hallar el lenguaje justo para hacerlo.
Gianni Rodari
Gramática de la Fantasía. Ediciones Colihue 2000
http://imaginaria.com.ar/12/5/rodari.htm