Organización espacial y temporal
Organización espacial
La organización espacial, o el establecimiento de relaciones entre los elementos del entorno, incluye la orientación espacial, asociada al espacio perceptivo y la estructuración espacial unida al espacio representativo.
Los diferentes órganos sensoriales nos proporcionan permanentemente la información necesaria para que organicemos nuestro espacio de acción o de representación. Nuestra percepción del espacio en dos o tres dimensiones reposa en una serie de indicios espaciales sobre los que se constituyen tanto las formas como la configuración de los lugares. La mayoría de estos indicios provienen del sistema visual (movimientos oculares, convergencia y disparidad) aunque todos los demás sistemas sensoriales contribuyan poco a poco a la apreciación de las distancias o las posiciones de los objetos.
La comprensión del espacio se hace en dos etapas: una, que va unida a la percepción inmediata del entorno, y se caracteriza por el espacio perceptivo o sensorio-motor, y la otra basada en las operaciones mentales que dependen del espacio representativo o intelectual. A partir de las relaciones topológicas el niño va elaborando poco a poco las relaciones proyectivas y euclidianas. Dicha evolución sigue a la del establecimiento de las relaciones objetivas en las que el niño, dominado al principio por su egocentrismo, se va descentrando progresivamente para afrontar las relaciones desde otro punto de vista diferente del suyo propio.
Esta evolución es válida también para adquirir una dimensión de la orientación espacial: la derecha y la izquierda. Mientras que las orientaciones arriba y abajo son puntos de referencia absolutos, y delante y detrás se adquieren por la visualización de un hemiespacio, la derecha y la izquierda siguen siendo orientaciones relativas que no pueden definirse más que a partir de nuestra asimetría anteroposterior. Una vez que las ha adquirido en función de su propio cuerpo (seis o siete años), el niño las traspone en otra persona (ocho años) y, luego, en los objetos (nueve años)
Con la evolución mental del niño, se va fijando poco a poco la adquisición y la conservación de las nociones de distancia, superficie, volumen, perspectiva y coordenadas, que determinan nuestras posibilidades de orientación y organización del espacio en el que vivimos.
Organización temporal
El tiempo no se “ve”. No tenemos receptores sensoriales que nos permitan percibirlo. Lo único que podemos hacer es fijarnos en los elementos que lo materializan: posición del sol en el cielo. ritmo de las estaciones, modificaciones morfológicas, etc.
Podemos separar el tiempo físico (lógico, real u objetivo, establecido por convención y medido por el reloj) del tiempo vivido o percibido (tiempo psicológico con nuestra apreciación personal de la duración que depende de nuestro interés por la tarea realizada).
La organización temporal nos permite situar el orden de los acontecimientos relacionándolos entre sí, definir el presente con relación al pasado y al futuro, evaluar la duración de un acontecimiento y la velocidad de un móvil y, finalmente, reproducir estructuras rítmicas.
El tiempo no se detiene jamás: va pasando así como va llegando. Por lo tanto, no podemos hacer que se quede y ningún instante se vuelve a repetir jamás. Sin embargo, el niño, durante mucho tiempo prisionero del momento presente, va construyendo poco a poco su horizonte temporal, alargándolo en seguida con la memoria hacia el pasado, y con la anticipación, hacia el futuro. Así, se constituye el umbral del tiempo con el paso de lo instantáneo a la duración (el acontecimiento ha durado lo suficiente para que yo pueda atribuirle una duración) y de lo simultáneo a lo sucesivo (existe una separación lo bastante prolongada entre dos acontecimientos para que yo pueda dar la orden de su aparición).
Tomar conciencia del tiempo y analizarlo exige tener en cuenta tres dimensiones.
En primer lugar está el aspecto vivido, por la percepción y la memorización de la serie de acontecimientos con su orden y su duración. En segundo lugar, la lógica del tiempo: los acontecimientos que pueblan el tiempo se suceden y se organizan según una dirección irreversible, aunque la memoria nos permita organizarlos de modo diferente.
Y, para terminar, una dimensión convencional unida al sistema cultural de referencia y de división del tiempo: son el año y sus subdivisiones, así como las unidades de medida (segundo, minuto y hora). Indudablemente es en esta medida donde encontramos el mayor número de bases: 10 para las décimas, centésimas y milésimas de segundo, 60 segundo en un minuto, 60 minutos en una hora, 24 horas en un día, 7 días en una semana, 4 semanas + 0, 1, 2 o 3 días en un mes (agrupación por la cual varía el número de unidades), 12 meses en un año (pero 365 o 366 días). (…)
Para valorar nuestro conocimiento del tiempo, se emplean cuatro métodos principales de estudio: la estimación (evaluación cuantitativa de la duración de un intervalo), la comparación (definir la igualdad o no de ambas duraciones), la producción (crear personalmente dos duraciones equivalentes) y la reproducción (producir una duración igual a un modelo).
A fin de entender los mecanismos de la organización temporal, pasaremos a describir una tras otra las nociones fundamentales que se refieren al tiempo: el orden, la duración y el ritmo, así como su ontogénesis, dado que los elementos que forman parte de él, los van dominando los niños poco a poco, con el paso de la edad.
ORDEN-DURACIÓN-RITMO. ASPECTO CUALITATIVO.
– Disociar lo sucesivo de lo simultáneo
– Pasar de la dependencia del tiempo al espacio, a la diferenciación tiempo-espacio
ASPECTO CUANTITATIVO
– Distinguir el instante de la duración
– Disociar la duración del contenido de la acción
– Reproducción periódica de una estructura
Rigal Roberto
Educación motriz y educación psicomotriz en Preescolar y Primaria. Ed INDE. Barcelona, 2006.