Música bajo el microscopio
Un científico de Canadá explora la forma en que el cerebro disfruta cuando escucha música.
Un periodista de la Rolling Stone se metió en el laboratorio para comprobarlo.
“Este es tu cerebro bajo los efectos de James Brown”, me dice el doctor Daniel Levitin, un científico cognitivo de la Universidad de McGill de Montreal. “A medida que suena “Papa’s got a brand new bag”, las cortezas primarias de tu cerebro son activadas, al igual que el cerebelo, la parte del cerebro que controla las funciones motoras y el tiempo. Tu córtex visual también se prende, quizá porque una imagen del Padrino del Soul cantando en el mítico teatro Apollo acaba de entrar en tu cabeza”.
Levitin, gracias a una serie de monitores adosados a una máquina de resonancia magnética, está viendo mi cerebro. Soy una de las docenas de personas que este doctor de 49 años ha escaneado como parte de una investigación que busca descubrir por qué la música es tan importante para nosotros (trabajo que lo ha transformado en una de las autoridades mundiales en el tema “música y cerebro”).
“Entré en este campo básicamente por la gran cantidad de dudas respecto de la forma en que trabaja el cerebro. ¿De dónde viene la creatividad? ¿Por qué hay gente más creativa que otra? ¿Qué es lo que realmente sucede cuando escuchas música? Son algunas de las preguntas que buscaba responder”, señala Levitin, sentado entre los pianos, las guitarras y los samplers que forman parte de su “laboratorio para el estudio de la percepción musical”.
El científico tiene credenciales únicas para investigar esta área: antes de que obtuviera su doctorado en 1996, ayudó a producir los discos de gente como Chris Isaac o Blue Oyster Cult y tocó en diversas bandas punk. En su último libro, This is your brain on music, Levitin subiere que el cerebro humano está programado para entender la música, probablemente porque sirvió como forma de comunicación previa al desarrollo del lenguaje. “Cuando escuchamos música, sin palabras, se estimulan ciertas zonas antiguas, partes muy primitivas de nuestro cerebro que están bajo el nivel de nuestro pensamientos concientes”, dice.
Levitin llegó a esta conclusión después de mirar cómo funcionaba el cerebro de las personas mientras escuchaban música que iba desde AC/DC y Ludacris a Joni Mitchell y Beethoven. “El experimento preliminar consistía en un generador de tonos sinusoidales que reproducía una melodía. La idea era establecer cuán bien se podía recordar”, aclara Levitin, cuyos primeros estudios mostraron una reacción mucho más potente a la música que cualquier investigación previa, con diferentes zonas del cerebro activadas, incluidas aquellas conectadas con las capacidades motoras, las emociones, las estimulaciones visuales y el placer.
Levitin dejó la universidad a finales de los 70 para tocar el bajo en una banda de punk de San Francisco, The Mortale. Luego se convirtió en productor, desarrollando un excelente sonido. Tanto que, en 1992, notó que una tercera generación de copias había sido usada para reeditar siete discos de Steely Dan, provocando que la banda pidiera que los retiraran de circulación. Más tarde, Levitin fue contratado para producir un compilado de Steely Dan y trabajó en preparar colecciones de Santana y Stevie Gonder. Poco más de quince años después, la fascinación de Levitin por la ciencia del sonido lo llevó a Stanford, donde empezó a estudiar la profunda conexión entre la música y la memoria.
En un estudio preliminar, le pedía a la gente que cantara su canción favorita de pop. “Era increíble, la mayoría de la gente (ninguno músico) era capaz de cantar la canción en el tono correspondiente o en su verdadero tiempo”. En su laboratorio, Levitin replica otro de sus estudios al tocar la primera parte de una canción, que inmediatamente identifico como “Eleanor Rugby”. Hace lo mismo con muchas otras canciones conocidas, incluidas oscuras versiones y una parte de la 5ta sinfonía. Como la mayoría de las personas, fui capaz de identificar casi todas ellas al instante. “Tu cerebro tiene que extraer la característica de tono y velocidad, ignorando el timbre y los sonidos de los instrumentos musicales. Para darte una idea de lo complicado que eso es, no existe una computadora en el mundo entero que pueda hacerlo”, señala.
Las conclusiones de Levitin se contraponen con las de algunos de sus contemporáneos, incluidas algunas eminencias como el neurolingüista de Harvard, Steven Pinker, que ha descrito la música como algo no esencial para el desarrollo humano. Igual, el laboratorio de Levitin se ha convertido en el cielo para muchos científicos con cierto background musical. En 1980, Susan Rogers era una ingeniera de sonido top, trabajaba en álbumes clásicos como Purple Rain y Sing ‘o the times de Prince. Actualmente, ella es una candidata al doctorado en el programa de Levitin. Dice Rogers: “Al principio, si amás la música, parece la antítesis del tipo de acercamiento que querés tener con ella. Creés que le vas a quitar su belleza. Después empezás a leer los papers de Dan Levitin, y te das cuenta de que, de todas las personas allá afuera, él es la única que entiende”.
Las investigaciones de Rogers incluyen un estudio que enfoca las reacciones del cerebro a las cuerdas consonantes y disonantes. “¿Cuál es el origen de la apreciación que tenemos por las consonantes? ¿Es porque estamos programados para ellas o es una función que hemos aprendido?
Las teorías de Rogers, como la de Levitin, apuntan a una necesidad evolutiva del cerebro humano de entender la música, que nos ha dejado una profunda conexión con ella. Pero lo que motiva esa necesidad está junto a otras preguntas sin respuestas. “La ciencia del cerebro es el estudio de la cosa más compleja del universo”, dice ella. “No hay nada más complejo en términos de conexiones. Incluso las estrellas y las galaxias tienen una suerte de patrón”.
POR EVAN SERPICK