La función lúdica del lenguaje en las canciones populares infantiles -parte1-
I. Panorama actual de la canción infantil en España.
Desde hace algunos años, los patios de nuestras escuelas y las tardes de nuestras ciudades han cambiado sus sonidos. Años ha se oían en estos entornos unos sones alegres, rítmicos, con o sin sentido, pero con un encanto especial que hacía de sus intérpretes unos seres cándidos y pacíficos.
Actualmente este panorama es totalmente diferente. Si se escucha algún son, este pertenece a alguna serie televisiva, muchas de las cuales llevan implícita una carga violenta de elevado tono, o está tomado de cualesquiera de las decenas de canciones de moda que, ininterrumpidamente, castigan nuestros oídos en las emisoras de radio. Ello ha llevado aparejado:
1º.- La pérdida del rico folklore que posee nuestro país.
2º.- Poner de manifiesto la influencia, a veces nociva, que, sobre las mentes infantiles, poseen los medios de comunicación de masas.
3º.- La falta de imaginación para inventar juegos y canciones, y la consiguiente pérdida de originalidad y de expresión de nuestros infantes (lo que se observa de manera acentuada en nuestros centros docentes).
4º.- El poco empeño que se pone en nuestras escuelas para intentar conservar al máximo este patrimonio cultural heredado de nuestros antepasados.
5º.- El empobrecimiento progresivo de nuestra lengua que ello lleva aparejado.
¿Será que la evolución de la Humanidad y los diferentes estadios de la evolución psicológica del hombre corren paralelos, y la Humanidad ya ha pasado su infancia y su juventud y ha entrado en su madurez, con lo que estas cuestiones quedan totalmente alejadas de sus interés? O dicho de otro modo: ¿podríamos asociar la Edad Media con la más tierna infancia de la Humanidad, el Siglo de Oro con la adquisición del uso de razón y así, sucesivamente, hasta llegar a la época actual, que se relacionaría con la madurez del ser humano? De esa manera sí que se podría entender la falta de interés de los niños actuales por la canción infantil y por lo lúdico que ellas encierran en su seno.
Es conocida, gracias a la Historia de la Literatura, la evolución del folklore de nuestro país, tan rico y prolífico en la época medieval y en los Siglos de Oro. En sí hay que tener en cuenta que las primeras manifestaciones lingüísticas y literarias que han llegado hasta nosotros, por escrito, han sido cancioncillas infantiles e ingenuas canciones de amor, las cuales representan una riqueza incalculable, y cuyos textos se habrían perdido ya totalmente de no ser por las recopilaciones llevadas a cabo, desde finales del pasado siglo hasta la actualidad, por estudiosos como Ramón Menéndez Pidal, Antonio Machado Álvarez, Federico García Lorca, Gabriel Celaya, Ana Mª Pelegrín, Agapito Marazuela, Cristina Argenta, Joaquín Díaz, Carmen Bravo Villasante y el conjunto musical Nuevo Mester de Juglaría, entre otros. Pero, a pesar de todo el afán y el empeño demostrado por estos investigadores, gran parte de las canciones y los ritmos folklóricos de nuestro país pueden darse por perdidos, puesto que, aunque de muchos de ellos se hayan podido salvar sus letras, de otros ya no se recuerda lo esencial, la música, elemento indispensable e indesligable de estas manifestaciones, unos de los más importantes medios de entretenimiento que tenían nuestros antepasados y que, en gran medida, eran la base de transmisión de la sabiduría popular.
Actualmente, toda esa sabiduría popular ha quedado relegada a un segundo término, pues los intereses, tanto de nuestro mayores como de nuestros niños, corren por sendas diametralmente opuestas.
Mucha de la culpa de la desaparición de esta riqueza lingüística la tienen, paradójicamente, el progreso y los medios de comunicación de masas que de él han nacido. Y digo paradójicamente, porque se supone que su misión es transmitir la información de la manera más enriquecedora posible, no embrutecer, como parece ser el objetivo de estas últimas décadas, puesto que tiene a su alcance el privilegio de llegar a todos los rincones de nuestro país.
Pero su evolución ha sido totalmente contraria, en este aspecto, a lo que su nombre indica, pues esa valiosa información, base de la creación de un bagaje cultural que ha evolucionado durante siglos, ha quedado totalmente aniquilada, por lo que nos encontramos en nuestras escuelas con un inmenso número de niños que desconocen refranes, frases hechas, frases con un doble sentido, y algo que es esencial para su evolución psicológica: cancioncillas infantiles, canciones para su edad, tanto con elementos lingüísticos al alcance de su entendimiento como con vocablos incoherentes, tan del gusto de los infantes.
Todo ello, unido a la brevedad de estas composiciones (una de las características esenciales que comparten casi todas ellas) les sirve, en principio, para fomentar la memoria, pues retener elementos ilógicos, series de palabras sin sentido, es un buen ejercicio mnemotécnico. Además, el juego con vocablos ilógicos es necesario a estas edades para fomentar también la creatividad.
La carencia de este bagaje cultural, en ocasiones, no es debido a su falta de preparación (que cada vez es mayor), sino a que no han tenido la oportunidad de convivir con personas que aún mantengan en su memoria este tipo de manifestaciones.
Desgraciadamente, este problema se agudiza cuando se trata con niños que viven en una gran ciudad: sus padres están demasiado ocupados para prestar oídos a esas tonterías de viejos y de pueblo, y los ancianos demasiado ocupados en su supervivencia dentro de una selva de hormigón y de contaminación, añorantes muchos de ellos de su mundo límpido y tranquilo de pueblos y aldeas. Además, sus nietos tampoco están para esas tonterías: han de ver la televisión, el vídeo, jugar con el ordenador, ir a jugar a la calle, etc.
Y ni tan siquiera esto último ha respetado en las grandes ciudades a las canciones infantiles. Los niños, en la calle, ya no acompañan sus juegos con las tradicionales canciones de saltar a la comba, de jugar a la rueda, de echar a suertes, etc. En principio, porque también muchos de estos juegos han desaparecido y han sido sustituidos por el fútbol o por juegos de guerra1, en donde participan tanto niños como niñas. En su lugar, dichos sones fueron sustituidos, en los años 80 y principios de los 90, por las canciones de las series televisivas de más impacto. Pero en la actualidad, aún ni eso cantan los niños. En su lugar, la “música máquina” es lo que prevalece, destrozando así sus tiernas neuronas.
La sustitución de las canciones tradicionales por aquellas con que se les bombardeaba diariamente a través de la televisión, y por las pasajeras músicas actuales, responde a un hecho sociológico, ya que, en el mundo en que se desarrollan, el desconocimiento de las mismas significa el desprestigio para sus personas, pues a los ojos de los demás parecería que viven fuera de un mundo normal, en donde la información, cuanto más reciente, mejor, cuanto más vertiginosos son los cambios, más estupendo aún, porque eso significa que el mundo gira y que les queda un aliento de vida…
Por todo ello, no pueden consentir dejar de estar al día en estas cuestiones, puesto que eso los alejaría del grupo en que se mueven a diario, con lo que quedarían marginados socialmente, y esto, según en qué áreas de nuestras ciudades desarrollen sus actividades, deben evitarlo por todos lo medios.
Debido a ello, la base de nuestra cultura ha quedado totalmente olvidada, hasta el punto de que se desconoce su origen y su finalidad: ¡Se están secando nuestras raíces!
En los años sesenta, los niños acompañaban aún sus juegos con canciones, juegos como la comba, la rueda, echar a suertes, pillar, esconderse, etc., siendo muchas de ellas ensalmos, conjuras, burlas etc., ayudadas, en gran número de ocasiones, por un precioso auxiliar, la mímica2, que ayudaba al desarrollo de la psicomotricidad y evitaba gran parte de los problemas con que nos encontramos actualmente en las aulas.
También se está perdiendo en nuestras ciudades otra fuente importante del folklore, la nana, esa manifestación lírico-musical que sienta la base del gusto infantil por la rima y la palabra. Actualmente muchos niños, desde muy pequeños, conviven en guarderías, porque sus madres deben trabajar para ayudar al mantenimiento del hogar (cuando no son el único medio de subsistencia de la familia), y comienzan a crecer lejos del calor de las voces de sus madres o abuelas, perdiendo así, en esos años clave, la oportunidad de formarse espiritualmente en este sentido, pues considero que este tipo de manifestaciones, más que un enriquecimiento cultural, es un enriquecimiento espiritual, ya que el calor humano que reciben de sus madres en esta etapa de su desarrollo evolutivo, es básico para una posterior vida afectiva normal.
El niño que va despertando a la vida escuchando las nanas de su madre, de sus abuelas, de sus tías, de su aya, va asimilando una serie de sintagmas y frases de manera armoniosa, relacionados todos ellos con la voz del pueblo, y parece que sus raíces serán mucho más arraigadas al lugar que le vio nacer o a la tierra de sus antepasados, a la vez que se va forjando en su interior un mundo concreto y más humano.
Algo semejante sucede con la adivinanza, otro importante ejemplo de lengua popular, la cual ayuda a aguzar y a desarrollar el ingenio: está perdiendo su importancia y se ha desvalorizado dentro del folklore infantil.
Otro ejemplo de elemento de raigambre tradicional y popular que estamos perdiendo es el refrán, manifestación conservadora de una de las características esenciales de la literatura folklórica infantil: la brevedad. Actualmente, escuchar a alguien hablar utilizando refranes y frases hechas es algo, en principio, inaudito. Si los hay, se les mira con sorpresa, o como a quien hace una gracia, la cual, por supuesto, se ríe, porque parece que este ha sido el objetivo del hablante: hablar en un registro vulgar, para así llamar la atención, con lo que nos encontramos que, algo que había estado tan arraigado en nuestro pueblo está siendo considerado como una vulgaridad y, por lo tanto, solo apto para ser utilizado por gentes incultas.
Para comprender también la importancia de estas manifestaciones: las canciones populares, los ensalmos, los conjuros, las frases hechas, los refranes, y de todo aquello que conforma la tradición popular, hay que tener en cuenta que se basan, en muchas ocasiones, en experiencias, tanto individuales como colectivas. A veces surgen de sucesos personales y, como advertencia a los demás, se pone en verso. Pero todos tienen un mismo objetivo: hacer que se recuerde un hecho determinado para no se llegue a cometer el mismo error que aquella o aquellas personas que dieron lugar a su creación.
Por ello, en su composición, se utilizan fórmulas sencillas, como elementos reiterativos, frases hechas, juegos de palabras, construcciones sin sentido y, en general, todos los elementos que impliquen en sí una rima y, por lo tanto, faciliten su rememoración. Por esta misma razón son también los medios que se han utilizado para componer las canciones que entonan los niños para sus juegos, debido a su importancia psicológica y pedagógica, puesto que son los que facilitan la retención memorística.3
Además, otra característica común de todas ellas es que carecen de elementos oscuros, como reminiscencias mitológicas, tropos, etc. y, en su lugar, como uno de sus objetivos es entretener y fomentar la fantasía, se utilizan el colorido y la frescura, elementos que se hacen fuertes en toda su estructura.
Gran parte de este tipo de manifestaciones datan de la Edad Media, época en la que florecieron la mayoría de las historias que luego dieron lugar a romances, de los que derivaron, a su vez, canciones y juegos. Fueron compuestos por adultos, y podrían considerarse como el principio del bagaje lingüístico y cultural de nuestro país.
Consiguientemente, la estética que de ellas se deriva, ha quedado obsoleta, ya que han cambiado los gustos de la sociedad y también su manera de ser y de pensar. La idiosincrasia de nuestro pueblo está en una febril evolución y lo único que cuenta, en ocasiones, es saber qué pasará mañana. Y así, lentamente, nuestra lengua y nuestra cultura se va empobreciendo, al ir minimizándose sus estructuras lingüísticas.
Cada día desaparecen de nuestro vocabulario palabras que eran clave para la expresión de nuestras ideas pero que, en ocasiones, debido al miedo de no ser entendidos, dejamos de lado4, constriñendo así nuestro campo léxico, y haciendo servir únicamente una serie de vocablos sinónimos de aquellos que queremos utilizar, lo que, como profesionales de la educación deberíamos evitar y contribuir al fomento de la expansión del vocabulario.5 Pondríamos así nuestro granito de arena para erradicar este problema.
De este modo, a la vez que se imparte cualquier disciplina, no solo lengua y literatura, fomentaríamos el enriquecimiento del vocabulario del alumnado y contribuiríamos a atajar, de raíz, ese empobrecimiento lingüístico que últimamente padecemos, empobrecimiento al que contribuyen, en gran medida, los medios de comunicación que, posiblemente movidos por ese afán de hacerse entender por el mayor número de personas, muchas de las cuales carecen de un nivel cultural mínimo y, por lo tanto, de un nivel medio de comprensión, utilizan cada vez términos léxicos más manidos, ayudando así a esa rápida desaparición de la riqueza de nuestro vocabulario.
Por todo lo expuesto, y para demostrar la importancia del folklore infantil en el desarrollo del ser humano (sobre todo de las canciones en los primeros años de la vida), realizaré un pequeño análisis de algunas de las canciones infantiles en donde perviven algunos de los elementos que están desapareciendo de nuestra lengua, y que forman parte del bagaje cultural que nos caracteriza, así como también dejaré constancia del papel que las canciones populares juegan en los diferentes estadios evolutivos del ser humano, hecho importante que no debe olvidarse puesto que, por mucho que la Humanidad evolucione, siempre habrá en ella seres que estén comenzando a vivir y necesiten de ellas para su desarrollo integral.
Mª Ángeles Santiago y Miras