Consejos de los grandes escritores
HACIA QUIENES QUIERAN EXPLORAR EL ARTE DE ESCRIBIR
Julio Cortázar
No existen leyes para escribir un cuento, a lo sumo puntos de vista.
El cuento es una síntesis centrada en lo significativo de una historia.
La novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out.
En el cuento no existen personajes ni temas buenos o malos, existen buenos o malos tratamientos.
Un buen cuento nace de la significación, intensidad y tensión con que es escrito; del buen manejo de estos tres aspectos.
El cuento es una forma cerrada, un mundo propio, una esfericidad.
El cuento debe tener vida más allá de su creador.
El narrador de un cuento no debe dejar a los personajes al margen de la narración.
Lo fantástico en el cuento se crea con la alteración momentánea de lo normal, no con el uso excesivo de lo fantástico.
Para escribir buenos cuentos es necesario el oficio del escritor.
Gabriel García Márquez
Una cosa es una historia larga, y otra, una historia alargada.
Un escritor puede escribir lo que le dé la gana siempre que sea capaz de hacerlo creer.
No creo en el mito romántico de que el escritor debe pasar hambre, debe estar jodido, para producir.
El final de un reportaje hay que escribirlo cuando vas por la mitad.
Hay que empezar con la voluntad de que aquello que escribimos va a ser lo mejor que se ha escrito nunca, porque luego siempre queda algo de esa voluntad.
Cuando uno se aburre escribiendo el lector se aburre leyendo.
No debemos obligar al lector a leer una frase de nuevo.
El autor recuerda más cómo termina un artículo que cómo empieza.
Durante mucho tiempo me aterró la página en blanco. La veía y vomitaba. Pero un día leí lo mejor que se escribió sobre ese síndrome. Su autor fue Hemingway. Dice que hay que empezar, y escribir, y escribir, hasta que de pronto uno siente que las cosas salen solas, como si alguien te las dictara al oído, o como si el que las escribe fuera otro. Tiene razón: es un momento sublime.
Mario Vargas Llosa
No hay novelistas precoces. Todos los grandes, los admirables novelistas, fueron, al principio, escribidores aprendices cuyo talento se fue gestando a base de constancia y convicción.
La literatura es lo mejor que se ha inventado para defenderse contra el infortunio.
En toda ficción, aun en la de la imaginación más libérrima, es posible rastrear un punto de partida, una semilla íntima, visceralmente ligado a una suma de vivencias de quien la fraguó. Me atrevo a sostener que no hay excepciones a esta regla y que, por lo tanto, la invención químicamente pura no existe en el dominio literario.
La ficción es, por definición, una impostura -una realidad que no es y sin embargo finge serlo- y toda novela es una mentira que se hace pasar por verdad, una creación cuyo poder de persuasión depende exclusivamente del empleo eficaz de unas técnicas de ilusionismo y prestidigitación semejantes a las de los magos de los circos o teatros.
En esto consiste la autenticidad o sinceridad del novelista: en aceptar sus propios demonios y en servirlos a la medida de sus fuerzas.
El novelista que no escribe sobre aquello que en su fuero recóndito lo estimula y exige, y fríamente escoge asuntos o temas de una manera racional, porque piensa que de este modo alcanzará mejor el éxito, es inauténtico y lo más probable es que, por ello, sea también un mal novelista (aunque alcance el éxito: las listas de bestsellers están llenas de muy malos novelistas).
La historia que cuenta una novela puede ser incoherente, pero el lenguaje que la plasma debe ser coherente para que aquella incoherencia finja exitosamente ser genuina y vivir.
La sinceridad o insinceridad no es, en literatura, un asunto ético sino estético.
La literatura es puro artificio, pero la gran literatura consigue disimularlo y la mediocre lo delata.
Para contar por escrito una historia, todo novelista inventa a un narrador, su representante o plenipotenciario en la ficción, él mismo una ficción, pues, como los otros personajes a los que va a contar, está hecho de palabras y sólo vive por y para esa novela.
El de las novelas es un tiempo construido a partir del tiempo psicológico, no del cronológico, un tiempo subjetivo al que la artesanía del novelista da apariencia de objetividad, consiguiendo de este modo que su novela tome distancia y diferencie del mundo real.
Si un novelista, a la hora de contar una historia, no se impone ciertos límites (es decir, si no se resigna a esconder ciertos datos), la historia que cuenta no tendría principio ni fin.
Kurt Vonnegut
Utiliza el tiempo de un completo desconocido de forma que él o ella no sienta que lo está malgastando.
Dale al lector al menos un personaje con el que él o ella se pueda identificar.
Todos los personajes deben querer algo, aunque sea un vaso de agua.
Cada frase debe hacer una de estas dos cosas: revelar un personaje o hacer que la acción avance.
Empieza tan cerca del final como te sea posible.
Sé sádico. No importa cuán dulces e inocentes sean tus protagonistas, haz que les pasen cosas horribles (para que el lector compruebe de qué madera están hechos).
Escribe para contentar únicamente a una persona. Si abres la ventana para hacerle el amor al mundo, o lo mismo para hablarle, tu historia cogerá una neumonía.
Dale a tus lectores toda la información posible lo más rápido posible. Para mantener el suspense Al diablo con el suspense. Los lectores deben tener una idea general de lo que está pasando, cómo y porqué, de modo que puedan acabar la historia ellos mismos; las cucarachas pueden comerse las últimas páginas.
Fuente: Guía Literaria